Mi sangre, rojo y negro.
Rojo de los antiguos hombres que poblaron la tierra,
fino fluido de la vida,
raíces que se abrazan
al tejido enterrado de árboles y de pájaros,
suave río caliente
que me inunda por dentro
trasportando canciones,
alumbrando mañanas y atardeceres,
susurrando
los deseos del aire que recorre los cuerpos,
los envuelve y los une
en comunión sagrada.
Los hematíes de mi sangre
llevan el antiguo fuego.
Pero también
un líquido plomizo,
un hollín insidioso,
entraron para siempre
y anidaron el centro cordial de cada célula
del río que surcaba transparente mi cuerpo.
Entonces
el aire no es gozoso,
entra abriendo la carne con oscuros cuchillos
y nos une a las sombras.
Nunca más
la alegría primigenia,
nunca más
la claridad del canto,
En la laguna
pesada asciende el agua
bajo una lluvia fría y lenta que no acaba.
A veces
un brillo, una luz, una palma caliente,
es el rojo que brota,
pero otras
la cabeza se inclina agobiada de asfalto,
grávida de negrura
y no remonta el vuelo.
Gladys Lopreto © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción sin permiso expreso de su autora.
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